El principio de Descartes considerado como un entimema, ya hemos visto que no puede aspirar al título de fundamental.

LO QUE VALE EL PRINCIPIO: YO PIENSO.
SU ANÁLISIS.

[178.] El principio de Descartes considerado como un entimema, ya hemos visto que no puede aspirar al título de fundamental. En todo raciocinio hay premisas y consecuencia, y para que sea concluyente son necesarias la verdad de las primeras y la legitimidad de la segunda. Decir que un raciocinio puede ser principio fundamental, es una contradiccion manifiesta.

Pero si tomamos el principio de Descartes en el sentido explicado anteriormente, esto es, nó como un raciocinio sino como la consignacion de un hecho, la contradiccion cesa; y es cuestion digna de examinarse la de si merece ó nó el título de principio fundamental y de qué manera. En los capítulos anteriores se ha esclarecido ya en parte esta materia, pero nó hasta tal punto que se la pueda dar por suficientemente dilucidada: mas bien se han presentado reflexiones preliminares para aclarar el estado de la cuestion que no se la ha resuelto cumplidamente.

[179.] La proposicion «yo pienso» no expresa, como se ha notado ya, el solo pensamiento propiamente dicho; abraza los actos de la voluntad, los sentimientos, las sensaciones, los actos é impresiones de todas clases que se realizan en nuestro interior, comprende todos los fenómenos que presentes á nuestro espíritu con presencia inmediata, nos son atestiguados por el sentido íntimo ó por la conciencia.

Nada que distinga entre las varias clases de actos ó impresiones puede servirnos de principio fundamental; la distincion supone el análisis, y el análisis no existe sin reflexion. No se reflexiona sin reglas y sin objeto conocidos ya: por consiguiente admitir clasificaciones en el primer principio, es despojarle de su carácter, es contradecirse.

[180.] Conviene no confundir lo expresado por la proposicion «yo pienso» con la proposicion misma; el fondo y la forma son aquí cosas muy diferentes; pudiendo la naturaleza de esta hacer concebir ideas equivocadas sobre aquel. El fondo es un hecho simplicísimo; la forma es una combinacion lógica que encierra elementos muy heterogéneos. Esto necesita explicacion.

El hecho de conciencia considerado en sí mismo, prescinde de relaciones, no es nada mas que el mismo, no conduce á nada mas que á sí mismo, es la presencia del acto ó de la impresion, ó mas bien es el acto mismo, la impresion misma, que están presentes al espíritu. Nada de combinacion de ideas, nada de análisis de conceptos; cuando se llega á esto último, se sale del terreno de la conciencia pura y se entra en las regiones objetivas de la actividad intelectual. Pero como el lenguaje es para expresar los productos de esa actividad; como no está vaciado, por decirlo así, en el molde de la conciencia pura sino en el del entendimiento, nos es imposible hablar sin alguna combinacion lógica ó ideal. Si quisiéramos encontrar una expresion de la conciencia pura sin mezcla de elementos intelectuales, deberíamos buscarla, nó en el lenguaje, sino en el signo natural del dolor ó de la alegria ó de una pasion cualquiera; solo en este caso se expresa con espontaneidad y sin combinaciones de elementos ajenos, que pasa algo en nuestro espíritu, que tenemos conciencia de alguna cosa; pero desde el momento en que hablamos, expresamos algo mas que la conciencia pura; el verbo externo indica el interno, producto de la actividad intelectual, concepto de ella, que envuelve ya un sujeto y un objeto, y que por tanto se halla ya en una region muy superior á la de la conciencia pura.

[181.] Para demostrar la verdad de lo que acabo de decir, examinemos la expresion «yo pienso.» Esta es una verdadera proposicion que sin alterarse en lo mas mínimo, puede presentarse bajo una forma rigurosamente lógica: «yo soy pensante.» Aquí encontramos sujeto, predicado y cópula. El sujeto es el yo, es decir que nos hallamos ya con la idea de un ser, sujeto de actos é impresiones, posesor de una actividad significada en el predicado; ese yo, pues, se nos ofrece como algo muy superior al órden de la conciencia pura, es nada menos que la idea de substancia. Analicemos mas detenidamente lo que en él se encierra.

Tenemos en primer lugar la unidad de conciencia; el yo carece de sentido, si no significa algo que es uno é idéntico, á pesar de la pluralidad y diversidad que en él se realizan. La unidad experimental de conciencia trae consigo por consecuencia precisa la unidad del ser que la experimenta. Este ser es el sujeto en que se realizan las variaciones, sin lo cual no su podria decir: yo. Tenemos pues, que en una expresion tan simple están envueltas las ideas de unidad y de su relacion á la pluralidad, de substancia, y de su relacion á los accidentes; es decir que la idea del yo, bien que expresiva de una unidad simplicísima, es compuesta bajo el aspecto lógico, encerrando varias cosas del órden ideal, y que no se hallan en la conciencia pura. La idea del yo propiamente dicha, aunque comun en cierto modo á todos los hombres, es en sí misma altamente filosófica, por encerrar una combinacion de elementos que pertenecen al órden intelectual puro.

[182.] El predicado pensante es la expresion de una idea general, comprensiva, no solo de todo pensamiento, sino tambien de todo fenómeno que afecta inmediatamente al espíritu. Estos fenómenos considerados en lo que tienen de comun, bajo la idea general de presentes al espíritu, vienen significados en la palabra pensante.

La relacion del predicado con el sujeto, ó la conveniencia de pensante al yo, expresa tambien un análisis digno de atencion. Por el pronto se echa de ver una descomposicion del concepto del yo en dos ideas: la de sujeto de varias modificaciones, y la de pensante; sin esto la proposicion carece de sentido, ó mejor, su expresion se hace imposible. La idea de sujeto, envuelve las de unidad y de substancia; y la de pensante encierra la de actividad ó bien la de pasividad (permítaseme la expresion) acompañada de conciencia.

[183.] Para que la proposicion sea posible, es preciso suponer que la descomposicion de las ideas ha comenzado en algun punto: es decir, que ó en la del yo hemos encontrado la de pensante, ó en esta última la del yo. Colocándonos en el yo, prescindiendo de pensante, nos encontramos con la idea de sujeto ó de substancia en general, donde por mas que cavilemos no alcanzaremos á descubrir la de pensante. El yo en sí, no se nos manifiesta, le conocemos por el pensamiento, y por tanto en este debemos fijar el punto de partida, y nó en aquel; de lo que se infiere que en dicha proposicion, lo primitivamente conocido, es mas bien el predicado que el sujeto; y que de los dos conceptos, el del sujeto tiene mas bien el carácter de contenido que el de continente.

En efecto: el yo nace, digámoslo así, para sí mismo, con la presencia del pensamiento; si la actividad intelectual se concentra para buscar su primer apoyo, se encuentra nó con el yo puro, sino con sus actos; es decir, con su pensamiento. Este último es por consiguiente el objeto primitivo de la actividad intelectual reflexiva; este es su primer elemento de combinacion, su primer dato para la resolucion del problema. Fijando la vista en este elemento, descubre una unidad en medio de la pluralidad, descubre un ser que continúa el mismo en medio del flujo y reflujo de los fenómenos de la conciencia: esta identidad se la atestigua de una manera irresistible la conciencia misma. La idea del yo pues está sacada del pensamiento, y por consiguiente mas bien nace el sujeto del predicado que nó el predicado del sujeto.

[184.] El pensamiento de donde se saca la idea del yo, no es el pensamiento en general, sino realizado, existente en nosotros mismos. Pero esta realidad es infecunda, si no se ofrece al espíritu bajo una idea general; porque es evidente que el yo no sale de un acto solo, pues que es la unidad sujeto de la pluralidad. Para llegar á la idea del yo necesitamos la unidad de conciencia, y esta no la conocemos sino en cuanto la tenemos experimentada, es decir, en cuanto percibimos la relacion de lo uno á lo múltiplo, de un sujeto á sus modificaciones.

Tanta elaboracion es necesaria para producir una expresion tan sencilla como «yo pienso;» por donde se echa de ver con cuánta razon he distinguido entre el fondo y la forma, y cuán inconsideradamente proceden los que confunden cosas tan diversas. Así, y por falta del debido análisis, se dan en la filosofía saltos inmensos pasando de un órden á otro, confundiendo las ideas y embrollando las cuestiones.

[185.] Para dilucidar completamente la materia examinaré las relaciones de la existencia con el pensamiento; exámen que será muy fácil teniendo presentes las observaciones anteriores.

Es cierto que concebimos la existencia anterior al pensamiento: nada puede pensar sin existir, la existencia es para el pensamiento una condicion indispensable; pensar y no existir, es una contradiccion manifiesta. Pero lo que se ofrece primitivamente á nuestro espíritu, no es la existencia sino el pensamiento; y este nó en abstracto, sino determinado, experimental, empírico como se dice ahora. La idea de existencia es general, comprende á todo ser, y la conciencia no puede comenzar por ella; ora lleguemos á esta idea por abstraccion, ora sea una forma preexistente en nuestro espíritu, no es lo primero que se nos ocurre; ó para hablar con mas exactitud, no es el último punto que encontramos al seguir con movimiento retrógrado el hilo de nuestros conocimientos para descubrir su punto de partida. Este es la conciencia, que despues de objetivada, y habiendo sufrido el análisis del concepto que ofrece, nos presenta la idea de existencia como contenido en ella.

Se infiere de esto, que el luego existo, no es rigurosamente hablando una consecuencia del «yo pienso,» sino la intuicion de la idea de existencia en la de pensamiento. Hay aquí dos proposiciones per se notæ como dicen los escolásticos; una general: «lo pensante es existente;» otra particular; «yo pensante, soy existente.» La primera pertenece al órden puramente ideal, es de evidencia intrínseca, independientemente de toda conciencia particular; la segunda participa de los dos órdenes; real é ideal; real, en cuanto encierra el hecho particular de la conciencia; ideal, en cuanto incluye una combinacion de la idea general de la existencia con el hecho particular: pues solo así es concebible la union del predicado con el sujeto.

[186.] Ahora será sumamente fácil resolver todas las cuestiones que se agitan en las escuelas.

Primera cuestion. ¿El principio «yo pienso» depende de otro? Debe responderse con distincion: si se entiende por este principio el simple hecho de la conciencia, es evidente que nó. Para nuestro entendimiento, no hay nada anterior á nosotros; todo lo que conocemos, en cuanto conocido por nosotros, supone nuestra conciencia; si la suprimimos, lo destruimos todo; y si ensayamos el destruirlo todo, ella permanece indestructible: no depende pues de nada, no presupone nada.

Si por el principio «yo pienso» se entiende una proposicion, en tal caso no puede haber dimanado sino de un raciocinio, ó mas bien de un análisis: y así no puede ser el principio fundamental de nuestros conocimientos.

[187.] Segunda cuestion. Faltando los demás principios, ¿falta tambien el presente? Aplíquese la misma distincion: como simple hecho, nó; como proposicion, sí. Niéguese todo, incluso el principio de contradiccion, la conciencia subsiste. Pero negado el principio de contradiccion, queda destruida toda proposicion; toda combinacion es absurda; el análisis, la relacion del predicado con el sujeto, son palabras vacías de sentido.

[188.] Tercera cuestion. Admitido el principio «yo pienso», ¿puede ser conducido á la verdad al menos indirectamente, quien niegue los demás? Es menester distinguir: ó se trata de reducirle por raciocinio ó por observacion; es decir, ó se le quiere combatir con argumentos ó se trata de llamarle la atencion sobre sí propio, como se hace con un hombre distraido ó con uno que padece enagenacion mental. Lo segundo se puede hacer; lo primero nó. Quien niega todos los principios incluso el de contradiccion, hace imposible todo raciocinio; en vano pues se discurre contra él. Ensayémoslo.

Tú piensas, se le dirá; al menos así lo afirmas cuando admites el principio «yo pienso.»

Es verdad.

Luego debes admitir tambien el principio de contradiccion.

¿Por qué?

Porque de otro modo podrias pensar y no pensar á un mismo tiempo.

No hay inconveniente.

Pero entonces destruyes tu pensamiento….

¿Por qué?

¿Piensas? ¿no es verdad?

Cierto.

Segun tú mismo, es posible que no pienses al mismo tiempo.

Estamos conformes.

Luego destruyes tu pensamiento: porque cuando no piensas se destruye el «yo pienso;» y como todo esto es simultáneo, resulta que destruyes tu propio pensamiento.

Nada de eso: lo que hay en el argumento que se me objeta es que se supone verdadero lo que yo niego; incurriéndose en el sofisma que los dialécticos llaman peticion de principio. En efecto, por lo mismo que niego el principio de contradiccion, no admito que el no ser destruya al ser, ni el ser al no ser; y por consiguiente, que el no pienso pueda destruir el yo pienso. Cuando se me arguye en este sentido, se supone lo mismo que se busca; se me ataca por principios que yo no reconozco. En vuestro sistema, en que el ser destruye al no ser y vice-versa, es cierto que el pensar y el no pensar son incompatibles; pero en mis principios el caso es muy sencillo, como segun ellos no es imposible que una cosa sea y no sea á un mismo tiempo, cuando no pienso no dejo de pensar.

Este lenguaje es absurdo, pero consecuente: negado el principio, la deduccion es necesaria; y si se le replica que en tal caso no puede ni hacer el raciocinio que se acaba de oir, podrá él contestar, que tampoco pueden raciocinar los adversarios; ó que si se quiere, no halla inconveniente en que se raciocine y no se raciocine.

No hay otro medio de reducir á un hombre extraviado de esta manera que el de la observacion; se ha salido de la razon y por tanto es imposible volverle á ella por medio de ella misma. Las observaciones que se le dirigen han de ser mas bien un llamamiento, una especie de grito para despertar la razon, que nó una combinacion para reconstruirla; es un hombre dormido ó desvanecido á quien se llama y se toca para volverle en sí, nó un adversario con quien se disputa (XIX).

Bibliografia:

FILOSOFÍA FUNDAMENTAL

por D. JAIME BALMES, PRESBITERO.

TOMO I.

Barcelona: IMPRENTA DE A. BRUSI. 1848

Publicado por miguelramos

Miguel Luiz Ramos

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